lunes, 21 de abril de 2008

LA IMPORTANCIA DE LOS MUERTOS


Continuando un poco por la vía “norteña” en la que acabé ayer mi tanda de vídeos, hoy me gustaría reseñaros otra de esas pequeñas joyas que ennoblecen el arte cinematográfico.
Es una obra corta en metraje y está basada en un relato breve, pero esto, en modo alguno, quiere decir que no sea apreciada en su magnitud, pues es un diamante de muchos quilates.
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La obra en sí, se llama “Dublineses”, y es la obra póstuma de John Huston, director de obras tan notables como “El halcón maltés”, “La reina de África”, o la genial y también crepuscular “El honor de los Prizzi”, y tantas otras…
John Huston rodó “Dublineses” ya, gravemente enfermo y ni siquiera llegó a ver su estreno, pero eso no impidió que nos dejara un magnífico regalo de despedida. Cine con mayúsculas que hace de esta disciplina artística un camino para detener en el tiempo en esos necesarios momentos de observación y reflexión.
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“Dublineses”, está basada en una conocida obra literaria del escritor irlandés James Joyce. Y es, concretamente una colección de catorce relatos, de los cuales, uno de ellos, “Los muertos”, fue el escogido por Huston para hacer este último ejercicio preciosista.
En “Dublineses”, Joyce es capaz de bucear y atrapar todas las sensaciones que se mueven en su entorno, seguir su propio pensamiento, o el de sus personajes, y disfrutar de un paisaje nevado observando con minuciosidad el modo en que se posa un ligero copo de nieve sobre la espina seca de un rosal.
Son relatos puntuales de algo que está pasando, o ha pasado en un momento determinado; un trozo de tiempo relleno de vida, un trozo ni glorioso ni en extremo horrible; se trata de un fragmento cualquiera.
Sentimiento y atmósfera que Huston capta perfectamente en su cinta, dando su particular y acertada visión del pequeño relato de Joyce.
Lo de pequeño, es referido al intimismo con el que aborda el relato, a la breve duración del metraje (la película se ve en un suspiro) y a la concienzuda huida de la pomposidad, de toda ostentación y artificio que marca el carácter de toda la obra.
Esta película, es la reivindicación del cine de personajes, del universo de las pequeñas cosas, del clasicismo más visceral, una nueva visión costumbrista de la burguesía irlandesa a través de un guión lleno de humildad y sentimiento. La estructura es tan simple como innovadora. Pero, ante todo, es una reflexión melancólica sobre la fugacidad de la vida, el pasado y el primer amor.
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La película consta de dos partes claramente diferenciadas:
Una, es la fiesta de epifanía en casa de las señoras Morkan (con una hora de duración), en la que un grupo de personas se reúne para comer, beber, recitar poemas, bailar, cantar y conversar animadamente. Es decir, los personajes se dedican al deleite de los sentidos. Es una celebración de los placeres de la vida, filmada serena y sabiamente, no sin un toque de fino humor.
Y la otra la conversación final en el hotel entre los dos protagonistas, Greta (Angélica Huston) y Gabriel (Donald McCann); y la reflexión final de este.
En cuanto a la primera parte, aunque hay quien dice que es pesada, en honor a la verdad, es justo decir que es justa y necesaria, y además se ve muy agradablemente, sin sobresaltos, ni sorpresas. Es de un virtuosismo narrativo excepcional. Es el relato que nos sitúa y retrata a los personajes, su clase y su entorno; sin este largo introito sería imposible llegar a conclusiones posteriores, pues es el preámbulo del emocionante final que nos espera y además sin esta parte estaría cojo el relato de Joyce.
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En descarga de los que no encuentran la necesidad de esta parte, e incluso la consideran plomiza, creo necesario señalar que probablemente, sería bueno leerse antes el relato original de Joyce para descubrir su magia. Si no, efectivamente, para algunos, enemigos del “cine lento”, para mí, en modo alguno, pudiera parecer soporífera.
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En cuanto a la segunda parte, que sólo dura más o menos unos 10 minutos, es simplemente soberbia, es de lo más desgarrador, emotivo y sublime que he visto en una pantalla de cine.
La reflexión final del abrumado Gabriel Conroy (Donald McCann), echa abajo de un plumazo el espíritu armónico, que hasta entonces, inundaba la película.
Estos últimos minutos están cargados de una enorme intensidad y lirismo muy difíciles de superar. Se conjugan la belleza poética y reflexiva del texto de Joyce, repleto de aire nostálgico y decadente, con la brillante exposición de imágenes de la Irlanda nevada que sobrevuela por encima de los muertos y de los vivos.
Dando sentido por fin, al título del relato “Los muertos”, porque aquí, los muertos están presentes entre los vivos, y el pasado, con sus sueños truncados, se resiste a ser olvidado.
El film se convierte así, en una vivencia para el espectador, una porción de vida regalada a generaciones futuras, una obra destinada a perdurar en el tiempo. Lo cual paradójicamente, recuerda el carácter inmortal del cine, su capacidad para burlar a la misma muerte.
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En las cuestiones técnicas no puedo dejar de destacar la estupenda fotografía, el vestuario y las geniales interpretaciones; pero sobre todo la música, una música que nos acompaña elegantemente, sin sentir, durante todo el metraje y que finalmente, es la desencadenante de toda esa cascada de sentimientos, melancolías, recuerdos y emociones.
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Así Dublineses, como vamos comentando a lo largo del post, no es película de mayorías, como no lo son casi todas las buenas obras de arte; es una gran muestra de cine para los que no necesiten deleitarse con efectos especiales o con historias laberínticas y violentas. Es simplemente el legado de John Huston; su gran regalo de reyes, por aquello de desarrollarse la trama durante la víspera de la epifanía, cuando los reyes de oriente acudían guiados por la estrella a adorar y reconocer al rey de los judíos.
Hoy finalmente, en este post, y gracias a esta IMPRESCINDIBLE película, y muchas otras suyas, reconocemos a Huston como uno de los grandes reyes del buen cine.
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“Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas del Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.” –Los muertos- J.Joyce.
¿No sentís el nudo en la garganta?.
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Pdta. Como soy retorcidillo, y para apretar ese nudo aún más, dedicado sobre todo a los que ya habeis visto la peli, y emocionado con la escena, terminaré el post con este impagable fragmento, donde se canta la bella canción irlandesa "The Lass of Aughrim"... Para los demás, a verla, es un grave pecado no hacerlo.
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2 comentarios:

Militos dijo...

Preciosa descripción de la película. ¡Cuántos sentimientos!Una capa de nieve sobre las espinas estamos necesitando todos los españoles.

Militos dijo...

Qué bonita la canción y la escena. ¿Y las escaleras, Por qué serán tan inspiradoras las escaleras de bajada?. ¡Cuánta lírica!. Y ¿Cómo se desatan los nudos de la garganta?. Demasiadas preguntas ¿No?.
Adiós

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