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Pinchad en la Imagen para ampliar (realmente merece la pena)
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Como cada Semana Santa, la blogosfera se queda algo vacía. Las obligaciones familiares y las devociones espirituales son las principales causas de ese mini éxodo.
En el caso de la HOJA, esporádicamente y con algo menos de asiduidad, procuraremos seguir por aquí, eso sí, sin descuidar esos compromisos propios de las fechas.
Por eso, porque en realidad, no sé cuando voy a tener la oportunidad de postear de nuevo, para iniciar este principio de la Sacra Semana, quisiera dejaros con un post, algo largo, pero muy reflexivo y desde luego muy propio para estos días.
De hecho, sin ser un refrito, ¡nunca un escrito como este lo es!, quisiera dejaros con, lo que ya es un clásico de semana santa, al menos..., en este blog.
Cada Semana Santa, traigo a mi bitácora un artículo impactante e imperdible de José Luis Martín Descalzo. Es una unión cuasi perfecta de arte y literatura, mística, meditación y oración. Su título es “Ante el Cristo muerto” y aseguro, a quien no lo conozca, que en nada, a nadie deja indiferente.
Antes del artículo en cuestión, siempre me gusta hacer una breve referencia del maestro Martín Descalzo.
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José Luis Martín Descalzo fué Periodista, poeta, novelista, dramaturgo y además sacerdote, un buen sacerdote. Pluma afilada, alma grande y siempre defensor de la verdad.
El artículo al que hago mención, y que ahora tendréis la oportunidad de leer, siempre me acaba tocando el corazón. Sería solo una simple anécdota de un anciano enfermo ante un cuadro, pero se trata del gran Dostoievski y de la cruda y profunda reflexión que hacer ante el terrible cuadro del “Cristo yacente” de Holbein. Se trata de una lectura obligada que –siempre- mueve a reflexionar y que para mí es un placer traerla de nuevo aquí. Como casi siempre digo…, el relato es un poco largo, pero os aseguro que merece mucho la pena. Espero que sirva de buena antesala a los días que estamos a punto de vivir. Así que os dejo...
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ANTE EL CRISTO MUERTO
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"Un día de abril de 1867 un matrimonio de recién casados pasea por las salas del museo de Basilea. El hombre es flaco y rubio, de rostro rojizo y enfermo, pálidos labios que se contraen nerviosamente, pequeños ojos grises que saltan inquietos de un objeto a otro, de un cuadro a otro. Es el rostro de un hombre a la vez vertiginosamente profundo e impresionable como un chiquillo. Ahora se ha detenido ante el Cristo en el sepulcro, de Holbein.
Los ojos del hombre parecen ahora magnetizados por ese terrible muerto metido en un cajón que aparece en el cuadro. Es -dirá él muchos años más tarde- "el cadáver de un hombre lacerado por los golpes, demacrado, hinchado, con unos verdugones tremendos, sanguinolentos y entumecidos; las pupilas, sesgadas; los ojos, grandes, abiertos, dilatados, brillan con destellos vidriosos". Es un cuerpo sin belleza alguna, sometido al más dramático dominio de la muerte.
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Y el hombre, al verlo, tiembla. Su mujer se ha vuelto hacia él y percibe su rostro dominado por el pánico. Teme que le dará un ataque. Y el hombre musita en voz baja. "Un cuadro así puede hacer perder la fe." Luego se calla y continúa la visita al museo, como un sonámbulo, sin ver ya lo que contempla. Y, al llegar a la puerta, como atraído magnéticamente, regresa de nuevo al cuadro de Holbein. Se queda largos minutos ante él, como si quisiera taladrarlo en su alma. Luego, cuando se va, tiene en el hotel uno de los más dramáticos ataques epilépticos de su vida. Es un escritor de cuarenta años, se llama Fedor Mikailovich Dostoievski.
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Un año antes ha publicado una novela titulada "Crimen y castigo". Pero sabe que lo que dividirá su vida en dos es la contemplación de ese Cristo muerto de Holbein, que ya jamás podrá olvidar.
Meses más tarde, cuando está escribiendo "El idiota", la visión de ese Cristo sigue aún persiguiendo al escritor; y una reproducción del "cajón" de Holbein aparece en la casa de Rogochin, uno de sus personajes. Y el protagonista, príncipe Mischkin, repetirá las palabras que el propio Dostoievski dijera en Basilea a su mujer. "Ese cuadro puede hacer perder la fe a más de una persona." Y páginas más tarde explicará el propio novelista el por qué de esta frase. En otras visiones de Cristo muerto los autores le pintan "todavía con destellos de extraordinaria belleza en su cuerpo", pero en el cuadro de Holbein "no había rastro de tal belleza; era enteramente el cadáver de un hombre que ha padecido torturas infinitas antes de ser crucificado, heridas, azotes; que ha sido martirizado por la guardia, martirizado por las turbas, cuando iba cargado con la cruz". "La cara está tratada sin piedad, allí sólo hay naturalezas Ante un muerto así, se descubre, qué terrible es la muerte, que se aparece al mirar este cuadro, como una fiera enorme, inexorable y muda, como una fuerza oscura e insolente y eternamente absurda, a la que todo está sujeto y a la que nos rendimos sin querer".
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Estos descubrimientos han conducido a Dostoievski -acostumbrado, como ortodoxo, a ver Cristos siempre celestes, jamás pintados en la crueldad naturalista de un cadáver- a formularse dos preguntas vertiginosas:
"Si los que iban a ser sus apóstoles futuros, si las mujeres que lo seguían y estuvieron al pie de la cruz vieron su cadáver así, ¿cómo pudieron creer, a la vista de tal cadáver, que aquel despojo iba a resucitar?"
Y una segunda aún más agria. "Si aquel mismo Maestro hubiera podido ver la víspera de su suplicio ésta su imagen de muerto, ¿se habría atrevido a subir a la cruz?".
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He usado ya dos veces en este artículo la palabra "vértigo, vertiginoso". Nunca sé escribir en la Semana Santa sin emplearla. Siendo, efectivamente, cuando a ella me acerco, que el alma me da vueltas, que algo tiembla dentro de mí, como se vio convulsionada el alma de Dostoievski ante la realidad de la muerte de Cristo. ¿Cómo podría hacer literatura sobre ella? ¿Cómo esquivar la sensación de que estamos asomándonos a un abismo?.
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Desde hace muchos siglos venimos defendiéndonos de la pasión de Cristo con toneladas de crema y sentimentalismo. Ahora nos defendemos con playas y excursiones. Porque si realmente creyéramos, si tomáramos mínimamente en serio la realidad de que un Dios ha muerto:
- ¿No sufriríamos todos, al pensarlo, ataques de terror como el de Dostoievski?
- ¿No vacilaría nuestra fe o, cuando menos, el delicado equilibrio sobre el que todos hemos construido nuestras vidas, aunando una supuesta fe con nuestra comodidad?
-¿Cómo lograríamos vivir en carne viva, ya que la simple idea de la muerte de Dios, asumida como algo real, bastaría para despellejarnos?
Ahora está muy de moda mirar con desconfianza preocupada la "teología de la liberación," ver en ella terribles peligros de herejía. Yo tengo que confesar que la que a mí me preocupa es la "teología de la mediocridad" que viene imperando hace siglos entre los creyentes:
La teología que reduce la cruz a cartón piedra, la muerte de Cristo a una estampa piadosa, el radicalismo evangélico a una dulce teoría de los términos medios.
La teología que ha sabido compaginar la cruz y la butaca; la que encuentra "normal" ir por la mañana a la playa y por la tarde a la procesión, o la que baraja el rezo y la injusticia.
Una teología de semicristianismos, de evangelios rebajados, de bienaventuranzas afeitadas, de fe cómodamente comprada a plazos.
La que junta sin dificultades la idea de la Semana Santa con la de vacaciones.
La que sostiene que los cristianos debemos ser "moderados", que hemos de tomar las cosas "con calma"; que conviene combatir el mal, "pero sin caer por nuestra parte en excesos"; la que echa toneladas de vaselina sobre el Evangelio, pone agua al vino de la muerte de Cristo, no vaya a subírsenos a la cabeza.
La dulce teología de la mecedora o de la resignación. La que nunca caerá en la violencia, porque ni siquiera andará. La que piensa que Cristo murió, sí, pero un poco como de mentirijillas, total sólo tres días...
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Vuelvo ahora los ojos a este Cristo de Holbein y sé que este muerto es un muerto de veras. Sé también que resucitará, aunque ese triunfo final no le quita un solo átomo de espanto a esta hora. Veo su boca abierta que grita de sed y de angustia, su nariz afilada, sus pómulos caídos, sus ojos aterrados. Este es un muerto-muerto, un despojo vencido, algo que se toma o se deja, se cree o no se cree, pero nunca se endulza. Veo este pobre cuerpo destrozado y sé que el Maestro "lo vio" antes de subir a la cruz, sé que él es el único hombre que ha podido recorrer entera su muerte antes de padecerla, el ser que más libremente la asumió y aceptó, que se tragó entero este espantoso hundimiento, esta "fuerza oscura, insolente y eternamente absurda que nos vencerá a todos y que sólo gracias a él nosotros venceremos. Sé que después de verla v conocerla "se atrevió" a subir a la cruz, inclinando su cabeza de Dios, haciéndola pasar por el asqueante y vertiginoso túnel de la muerte más muerta.
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Por eso creo en Él.
Esta espantosa visión me aterra, como aterró a Dostoievski; pero no me hace vacilar en mi fe; más bien me la robustece. Porque una locura de tal calibre sólo puede hacerse desde un amor infinito, siendo Dios. Un amor tan loco que ahora le sigue llevando a algo mucho peor que la muerte: a la tortura diaria de ser mediocrizado, suavizado, recortado, amortiguado, reblandecido, vuelto empalagoso, empequeñecido, falsificado, reducido, hecho digerible todas las Semanas Santas -para que no nos asuste demasiado- por nuestra inteligente y calculadora comodidad."
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7 comentarios:
uff hermano, si no encontraras otro momento para postear en toda la semana no haria falta, menuda entrada. Y no lo digo por la extención, que tampoco me resulta larga si no por el contenido.
Indiferente no sale nadie, no.
Doy gracias a Dios por los hermanos blogueros que estan más preparadaos cultural e intelectualmente porque es una bendición aprender ayudado por ellos. Mientras leia tu entrada , al contemplar el cuadro, visionando el video. Tenia ese mismo sentimiento a flor de piel. No se convertir en palabras eso que siento es como cuando vacian los sagrarios, el sabado santo entras en la casa del Padre y no esta el Hijo, Dios esta ausente en el templo, esta muerto. Y un escalofrio me recorre toda entera. Si el tiempo se parase en ese instante, si no existiera la resurreción. El panico hace que me extremesca y no quiero ni pensar en ello. He pasado momentos dificiles en mi vida pero nunca he sentido tanto dolor y un mal tan grande en mi como siento cuando voy a velar a Jesucristo a su casa, como si fuera a acompañar a algún amigo difunto. La Iglesia está tan vacia sin Jesús...
Sentir eso que me aplasta, me hace celebrar con mayor alegria su resurreción. Es como renovar unos desposorios cada año. Perder al amor de tu vida y volver a recuperarlo PARA SIEMPRE.
Un abrazo.
Querido, ese Cristo que ya he contemplado, aterrada, varias veces en tu blog, nunca me quitaría la fe. Saber que así le pusieron mis pecados y mi falta de amor, no puede quitarme la fe, sólo me lleva al arrepentimiento y a más amor.
Pido que Cristo quiera convertir nuestro dolor en más amor, por Él y por nuestros hermanos.
Volveré cada día, aunque no puedas publicar, paraa meditar estas palabras que nos dejas y besar esa imagen lacerante.
BESIÑOS
Magnífico post Arcen, me parece realmente magnífico.
Recuerdo que un amigo mío llamado Fran y yo, allá por el año 93 ó 94, nos tomamos la Semana Santa de la siguiente manera.
Salíamos de marcha todos los días, héramos jóvEnes así que saldríamos sobre las 22 h parA regresar a casa sobre las 3 de la madrugada.
Ambos teníamos fe, a ambos nos gustaba cogernos nuestrO puntito todos los días de la semana santa, más que nada porque de otra manera no nos sabíamos divertir. Teníamos poco dínero, teníamos que comprar el paquete de tabaco a medias y racionarnos.
Nos gustaban mucho las chicas como es normal, y salíamos para ver si conocíamos a un buen par de mozas para casarnos o lo que surgiera para que nos vamos a engañar.
Recuerdo tomar cubatas a 100 pesetas en una peña flamenca. Evidente era un garrafón de primera, pero nos daba igual o mejor dicho, casi mejor porque así era más económico ponerse contentos con un par de ellos era suficiente para ponerse a brincar y cantar. Tan solo algo de resaca al día siguiente.
Recuerdo que estábamos pendientes de la hora del paso de la procesión, y dejábamos al resto de amigos o amigas en el bar que fuera, y diciendo la verdad de dónde íbamos, nos dirigíamos a ver el paso de la precesión.
Allí ese par de mozuelos de 19-20 años, con nuestra medio borrachera, manteniendo el tipo sin que se notara entre la gente, le pedíamos a Dios y la Virgen nuestras cosas a la altura de los pasos.
Luego volvíamos con el grupo, que por supuesto no comprendía nuestra actitud, y que les producía risas, indiferencia o alguna broma o burla.
Pero nos daba igual y así nos pegamos toda la Semana Santa.
Borrachíños todos los días, no hubo uno solo en el que le pidiéramos al Señor estando serenos.
Hoy me hace gracia, no se debe ir a una procesión bebido, pero estoy convencido de que es mejor que no ir, que es bastante peor el no querer saber nada en absoluto de Dios.
Es más, estoy seguro que debía hacerle mucha gracia a Jesús, pensando cada día " ahí vienen ese par de borrachines ".
Curiso que mi amgigo y yo éramos de muy buen beber, no teníamos una bebida fija como suele tener todo el mundo.
Decíamos hoy vamos de "whisky con cocacola", otro día "ron con cocacola o limón", otro "vodka con casera", otro "ginebra con tónica"....daba igual nos sentaba igual de bien.
Es que me ha hecho pensar eso que dices de que la gente viene de la piscina y se va a la procesión.
Ciertamente hay algo mejor que eso, y sin duad mejor de lo que hacíamos mi amigo y yo, pero también estoy seguro que hay cosas mucho peores. Me refiero a esas personas que han expulsado a Dios por completo de sus vidas.
Si quedn brasas de un fuego todavía se puede avivar,pero.... cuando ya nada queda....eso sí que es preocupante.
Hay que relativizar un poco (sin ser relativistas que es otra cosa) para contextualizar correctamente la gravedad o no de las cosas.
Sinceramente no me arrepiento, volvería a repetir y no creo que Jesús le importara mucho aquellos cubatillas, más le importaba creo yo nuestro amor expresado a nuestra manera, y nuestro testimonio tan poco comprendido (que por cierto no perdíamos tiempo es explicar, simplemente lo hacíamos y ya está, dijeran lo que dijeran los demás).
Aclaro que nos fue muy bien en la vida a mi amigo y a mí en los años sucesivos, y que no les fue también a los otros que decían sentir cierta repugnancia por la Semana Santa.
Además ya conocerás el famoso silogismo ese por el que se sabe que todo el que se emborracha va al Cielo.
Bromas aparte, lo que quiero decir es que:
DIOS ES MÁS GRANDE QUE TODAS ESAS COSAS.
Hola.
Ver este cuadro de nuevo me ha producido un efecto diferente a la anterior vez, que era la primera. Rápidamente se me ha superpuesto la imagen de la Síndone: cuánta serenidad aun expresando el mayor dolor, y puede transmitir ambas realidades. Holbein hace un gran cuadro, acerca mucho lo que debió de ocurrir, tanto que hasta siento claustrofobia y un rechazo tremendo: me duele esa imagen. La Síndone, como no es “obra” de hombres puede dar paz y serenidad en medio del dolor, en medio del acompañamiento a Jesús en su Vía Crucis; por eso me atrae mirar Ese Rostro que va más allá del dolor y de la muerte aun siendo la suma de todos los dolores.
Este año se me ha ocurrido sacar en fotos fotogramas de “La Pasión” de Mel Gibson (la de la tienda de fotos “flipaba” un poco al ver lo que salía, pero disimulaba). Las llevo conmigo siempre: las miro y me hunden en la Semana Santa, en los momentos de la película, en los versículos de la Palabra.
Le pido a Dios que me conceda entrar al menos un poco en aquellos días, en aquellas horas, porque no quiero dejar solo a Mi Dios.
Mento, yo también me siento muy mal cuando se llevan el Santísimo y se queda la iglesia vacía aunque estemos muchas personas. Suele venirme la idea: "¡Pero si es que nos lo merecemos, esto y más, que Dios nos deje solos!", y ese tiempo se me hace larguísimo. Ha habido Semanas Santas en que mi atención y mi oración se han quedado fijadas en cómo vivirían cada uno de los apóstoles esas horas de Muerte, cómo María, superando su dolor inmenso, consolaría a los que sentirían tan traidores y tan poco "hombres", y me venía al corazón la profunda y absoluta soledad en la que probablemente estaría cada uno, en las diferentes formas de tentación según sus personalidades, qué "flancos" tenían abiertos en esos momentos Andrés, Santiago, Felipe...
Leer después el volumen correspondiente de María Valtorta me ayudó mucho: entre otras cosas, a situarme en ese momento y esos sentimientos, y en aprender a seguir viviendo y reconociéndose cristiano y siendo apóstol a pesar del dolor, la culpabilidad y la impotencia. La traición de Pedro a Jesús y el perdón que Él le dio lo ató para siempre a la Humildad, y siguió viviendo con su inmensa carga. Algo paralelo en Pablo, y los demás discípulos. Pero ninguno cayó en la desesperación.
Y podrían dar la absolución y la compasión más profundas porque sabían por sí mismos lo poco que somos siendo sólo hombres, "hermanos pródigos" del Jesús de la Pasión.
Un abrazo.
Me encanta JL Martín Descalzo pero no conocía este texto.
Gracias, es ideal para Semana Santa
(el video no he podido verlo por tema de sonido, a ver si mañana puedo en otro ordenador)
Me has conmovido Arcen...esta entrada es verdaderamente para quedarse un rato y pensar en lo profundo del misterio y del Amor infinito de Dios. He pasado por pruebas duras de Fé, de una sequedad dolorosa...y es lo que me arrancó a la vida...precisamente la Cruz, el verlo crucificado....me encontré con mi salvación.
Feliz Pascua de resurreccion!!
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