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“¿Qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y le ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando, para tu bien.” Deuteronomio 10,12-22
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Es curioso observar, como incluso a través de una situación aparentemente trivial, se puede impartir doctrina y hacer apostolado.
Hoy precisamente, en una charla con un conocido, a raíz de una simple frase mía, he tenido la oportunidad, al menos de intentarlo.
Ya no recuerdo ni porqué la dije, ni el contexto de la conversación, pero el caso, es que mis palabras desencadenaron un interesante intercambio de pareceres.
La frase en cuestión fue esta:
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“¿Qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y le ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando, para tu bien.” Deuteronomio 10,12-22
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Es curioso observar, como incluso a través de una situación aparentemente trivial, se puede impartir doctrina y hacer apostolado.
Hoy precisamente, en una charla con un conocido, a raíz de una simple frase mía, he tenido la oportunidad, al menos de intentarlo.
Ya no recuerdo ni porqué la dije, ni el contexto de la conversación, pero el caso, es que mis palabras desencadenaron un interesante intercambio de pareceres.
La frase en cuestión fue esta:
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“Yo sólo tengo miedo a Dios”
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A raíz de la misma, se sucedieron uno tras otro, argumentos y preguntas, que me apresuré a responder. Ya os podréis imaginar los tópicos, el oscurantismo de la Iglesia, el miedo al infierno, etc., etc., etc.
Pero lo que más le impactó fue que yo defendiera el Santo Temor a Dios. Le pareció “muy fuerte”…, y además me quiso pillar.
Me decía que todo lo que estaba yo argumentando era contrario a aquellas palabras tan animosas de Juan Pablo II en su primer día de pontificado, “No tengáis miedo”
Sin embargo, a pesar de la cerrazón mental y de los prejuicios me ha parecido que al final, mi razonamiento, el cual os expondré ahora, dejó semilla.
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Caray, lo entiendo, viniendo de una persona creyente, tal afirmación parece chocante, siempre hemos oído decir que "Dios es amor y no se le debe temer", y es totalmente cierto y… además nada contradictorio.
Me explico, y hablo en clave de creyente: es cierto que a Dios no le debemos tener "miedo" en el sentido en que el mundo conoce esa palabra, es decir ese miedo que paraliza, que impulsa a huir de Dios e incluso evitar pensar en El.
Para el hombre son distintas las palabras que expresan nuestra relación con Dios, podemos creer en él, amarle, servirle y temerle. Aunque entiendo que esta expresión pueda resultar difícil de entender, no es tan rara en la Biblia:
«El temor del Señor es puro, estable para siempre.» (Salmo 19,10)
«Venid, hijos, escuchadme, voy a enseñaros el temor de Dios» (Salmo 34,12)
Y no solo en el Antiguo Testamento, esto es así desde la aparición de Dios en el Sinaí hasta en la mañana de Pascua: las mujeres que venían de la tumba vacía «tenían miedo» (Marcos 16,8); o cuando Jesús dice: Jesús dice: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna." Mt 10:28.
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Sin embargo, desde una óptica cristiana ese temor a Dios es la disposición común que el Espíritu Santo pone en el alma para que se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que, sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle. Es decir es ¡Un don del Espíritu Santo!, y es además, probablemente el primer paso en el camino de Dios, es la huida del mal, de ese modo, a través del temor alcanzamos otro don, el de la sabiduría y el conocimiento de Dios.
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A través del temor, entendemos que Dios es el único que tiene poder, no sólo sobre nuestro cuerpo y esta vida mortal, sino sobre nuestra alma y espíritu y la vida eterna. Él nos va a juzgar y puede salvarnos o condenarnos en el infierno si no nos arrepentimos de nuestros pecados y aceptamos Su Sangre, la de Su Hijo, para que nos cubra de Su Redención. Él es el todopoderoso, nuestro Creador y nuestro dueño.
¿Qué es lo que debemos pues, temer?: A no ser fieles, a no amar lo suficiente, a ser orgullosos, a apartarnos de Él. Mientras que seamos conscientes de Su Poder y que lo podemos todo con Él y nada somos sin su ayuda, andaremos en ese temor santo y Él nos bendecirá.
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La palabra temor, bajo nuestro punto de vista, significa adoración, obediencia y servicio, pero en ningún caso es miedo.
Dice el diccionario que el miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que uno tiene que le suceda una cosa contraria a lo que desea”. Es decir que se tiene miedo de algo que nos puede hacer mal. Entonces ¿se puede tener miedo a Dios?... ¡en ningún caso!. Dios es bondad pura y por eso mismo no puede ser motivo de miedo alguno; el santo temor de Dios es otra cosa.
Ya Santo Tomás de Aquino se lo planteaba así: “El temor puede tener doble objeto: el mal mismo del que huye el hombre, y aquello de lo que puede provenir el mal. Pues bien, Dios, que es la bondad misma, no puede ser objeto de temor del primer modo. Del segundo, en cambio, puede serlo, en cuanto que de El o con respecto a El nos puede amenazar algún mal” (Suma Teológica, II-II, q 19, art 1).
Es decir, el Santo Temor de Dios es un Don que nos hace amar muchísimo su voluntad, amar lo que Él quiere y tener solo “miedo” a no serle fiel, ya que cada vez que nos alejamos de su voluntad, nos alejamos de nosotros mismos y de nuestra felicidad.
El Temor de Dios es el temor de alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de cerrar el camino de felicidad que Él nos propone.
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¿Qué contradicción hay pues con la doctrina y la vida propuesta por Juan Pablo II?, que además fue el Papa de la alegría.
Otro gran Santo, San Hilario de Poitiers (Padre de la Iglesia del Siglo IV) decía: “Para nosotros, el temor de Dios radica en el AMOR, y en el amor halla su perfección. Y la prueba de nuestro amor a Dios está en la obediencia a sus consejos, en la sumisión a sus mandatos, en la confianza en sus promesas. “
Este maravilloso Don nos regala un sentimiento vivo por seguir su voluntad, para que seamos conscientes de lo que nos pasa cada vez que nos alejamos de Dios y que solo en El tendremos FELICIDAD Y AMOR.
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Así, en este punto final, me REAFIRMO, porque si en muchos pasajes evangélicos se habla de los creyentes como “los que temen al Señor”, yo quiero ser uno de esos; y le pido a El, todos los días, que nos conceda ese Santo Temor de Dios, tan olvidado, menospreciado, y tan poco entendido, hoy en estos tiempos.
Pero lo que más le impactó fue que yo defendiera el Santo Temor a Dios. Le pareció “muy fuerte”…, y además me quiso pillar.
Me decía que todo lo que estaba yo argumentando era contrario a aquellas palabras tan animosas de Juan Pablo II en su primer día de pontificado, “No tengáis miedo”
Sin embargo, a pesar de la cerrazón mental y de los prejuicios me ha parecido que al final, mi razonamiento, el cual os expondré ahora, dejó semilla.
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Caray, lo entiendo, viniendo de una persona creyente, tal afirmación parece chocante, siempre hemos oído decir que "Dios es amor y no se le debe temer", y es totalmente cierto y… además nada contradictorio.
Me explico, y hablo en clave de creyente: es cierto que a Dios no le debemos tener "miedo" en el sentido en que el mundo conoce esa palabra, es decir ese miedo que paraliza, que impulsa a huir de Dios e incluso evitar pensar en El.
Para el hombre son distintas las palabras que expresan nuestra relación con Dios, podemos creer en él, amarle, servirle y temerle. Aunque entiendo que esta expresión pueda resultar difícil de entender, no es tan rara en la Biblia:
«El temor del Señor es puro, estable para siempre.» (Salmo 19,10)
«Venid, hijos, escuchadme, voy a enseñaros el temor de Dios» (Salmo 34,12)
Y no solo en el Antiguo Testamento, esto es así desde la aparición de Dios en el Sinaí hasta en la mañana de Pascua: las mujeres que venían de la tumba vacía «tenían miedo» (Marcos 16,8); o cuando Jesús dice: Jesús dice: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna." Mt 10:28.
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Sin embargo, desde una óptica cristiana ese temor a Dios es la disposición común que el Espíritu Santo pone en el alma para que se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que, sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle. Es decir es ¡Un don del Espíritu Santo!, y es además, probablemente el primer paso en el camino de Dios, es la huida del mal, de ese modo, a través del temor alcanzamos otro don, el de la sabiduría y el conocimiento de Dios.
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A través del temor, entendemos que Dios es el único que tiene poder, no sólo sobre nuestro cuerpo y esta vida mortal, sino sobre nuestra alma y espíritu y la vida eterna. Él nos va a juzgar y puede salvarnos o condenarnos en el infierno si no nos arrepentimos de nuestros pecados y aceptamos Su Sangre, la de Su Hijo, para que nos cubra de Su Redención. Él es el todopoderoso, nuestro Creador y nuestro dueño.
¿Qué es lo que debemos pues, temer?: A no ser fieles, a no amar lo suficiente, a ser orgullosos, a apartarnos de Él. Mientras que seamos conscientes de Su Poder y que lo podemos todo con Él y nada somos sin su ayuda, andaremos en ese temor santo y Él nos bendecirá.
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La palabra temor, bajo nuestro punto de vista, significa adoración, obediencia y servicio, pero en ningún caso es miedo.
Dice el diccionario que el miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; recelo o aprensión que uno tiene que le suceda una cosa contraria a lo que desea”. Es decir que se tiene miedo de algo que nos puede hacer mal. Entonces ¿se puede tener miedo a Dios?... ¡en ningún caso!. Dios es bondad pura y por eso mismo no puede ser motivo de miedo alguno; el santo temor de Dios es otra cosa.
Ya Santo Tomás de Aquino se lo planteaba así: “El temor puede tener doble objeto: el mal mismo del que huye el hombre, y aquello de lo que puede provenir el mal. Pues bien, Dios, que es la bondad misma, no puede ser objeto de temor del primer modo. Del segundo, en cambio, puede serlo, en cuanto que de El o con respecto a El nos puede amenazar algún mal” (Suma Teológica, II-II, q 19, art 1).
Es decir, el Santo Temor de Dios es un Don que nos hace amar muchísimo su voluntad, amar lo que Él quiere y tener solo “miedo” a no serle fiel, ya que cada vez que nos alejamos de su voluntad, nos alejamos de nosotros mismos y de nuestra felicidad.
El Temor de Dios es el temor de alejarse de Dios, el temor de no ser felices, el temor de cerrar el camino de felicidad que Él nos propone.
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¿Qué contradicción hay pues con la doctrina y la vida propuesta por Juan Pablo II?, que además fue el Papa de la alegría.
Otro gran Santo, San Hilario de Poitiers (Padre de la Iglesia del Siglo IV) decía: “Para nosotros, el temor de Dios radica en el AMOR, y en el amor halla su perfección. Y la prueba de nuestro amor a Dios está en la obediencia a sus consejos, en la sumisión a sus mandatos, en la confianza en sus promesas. “
Este maravilloso Don nos regala un sentimiento vivo por seguir su voluntad, para que seamos conscientes de lo que nos pasa cada vez que nos alejamos de Dios y que solo en El tendremos FELICIDAD Y AMOR.
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Así, en este punto final, me REAFIRMO, porque si en muchos pasajes evangélicos se habla de los creyentes como “los que temen al Señor”, yo quiero ser uno de esos; y le pido a El, todos los días, que nos conceda ese Santo Temor de Dios, tan olvidado, menospreciado, y tan poco entendido, hoy en estos tiempos.
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“¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!”
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4 comentarios:
Querido Arcendo: me alegro de que hayas publicado este post tan lleno de amor.
Yo lo que temo es ofender a Dios, no saber corresponder a tanto amor derrochado por Él. Temo que me falte la perseverancia final. Y todo lo que temo es por AMOR.
Es aquel: No me mueve mi Dios para quererte...
Un beso Arcendo
Hola cielo.
Pues mira este punto a mí me costó comprenderlo durante mi proceso de conversión, me echaba para atrás, no lo entendía. No comprendía por qué había un don del Espíritu Santo llamado así ni que quisiera Dios que le temiésemos, pero lo comprendí perfectamente cuando me lo explicó un sacerdote utilizando prácticamente las mismas palabras que has usado tú: el Don de Temor consiste en el temor a apartarnos de Dios. Y luego he vivido que es un don inmenso porque es el que nos mueve a llamarle a cada momento y a pedirle que no nos deje nunca, que no nos deje que le dejemos.
Me ha gustado mucho este post.
Un besazo.
básicamente lo comparto
creo que es es en una de las cartas de juan donde dice "en el amor perfecto no hay temor", pero tal como tú lo interpretas no hay contradicción
Querido amigo: este post viene que ni pintado en esta horas en que a la gente que no le conoce se le hace difícil entender cada cosa que hablamos los creyentes. Dios es amor y como tal, incapaz de darnos "una piedra por alimento", pero el temor del que habla la Biblia se basa, precisamente, en el temor de no serle fiel, de darle la espalda. A eso es a lo que temo yo: a cansarme, a entrar en la "noche oscura" sin poder asirme de su manto, aunque sea. A alejarme de Él como lo estuve durante 25 años, aún sabiendo que me llamba constantemente y con tesón.
Creo que todos debemos tener ese temor y estar claros de que no es miedo ni rechazo, es simplemente, temer que te alejes del objeto de tu amor, por caprichos o malos comportamientos.
Besotes y gracias por estos retales de sabiduría.
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