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Hace unos años, conviví con una persona maravillosa. Tuve la suerte de conocer, admirar y querer a un hombre generoso y bueno como pocos. Fue sin duda, una suerte para mí que Dios lo cruzase en mi camino y eso ocurrió el glorioso día en que este ser excepcional, se casó con la hermana de mi madre y empezó a ser parte de mi familia.
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Mi querido tío Joaquín, que en gloria esté, fue como un padre para mi y en gran parte le debo mucho de cuanto soy ahora mismo. Gracias a él, aprendí a amar la música clásica y la lectura. Con él, tuve la oportunidad de viajar por media España, incluso en un par de ocasiones, fuera de ella. Me enseñó educación y cortesía. Me dio todo lo que me pudo dar, sin escatimarme tiempo, ni dedicación.
Ahora le recuerdo, con todo el cariño, intentando con mis oraciones devolverle el mucho amor que me dio en vida.
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Joaquín, fue un hombre integro en muchos aspectos, elegante y cultivado. Tenía dos carreras, sabía varios idiomas y tenía un cargo importante en una compañía de aviación americana, hoy ya desaparecida. Sin embargo, sus verdaderos valores, fueron su honestidad, su afán incansable en buscar el conocimiento y la verdad, y sobre todo su gran humanidad.
Cuántos ejemplos, podría yo dar de esto último. Ahora que se acerca la Navidad, uno muy concreto, se me vivifica especialmente cuando llegan estas fechas.
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Resulta que un 24 de diciembre, no recuerdo bien de que año, pero tendría yo unos 10 ó 11 años, con todo el ajetreo de la cena de Nochebuena, se presentó de improviso un compañero de trabajo de mi tío.
Este “intruso” era ucraniano, había llegado a Madrid, unas horas antes y venía a hablar con mi tío y a traerle unos papeles.
Se encerraron en el despacho y estuvieron aproximadamente una hora, hablando.
Recuerdo, no sin cierta sonrisa, el desconcierto de las mujeres de la casa. Mi madre y mis tías, muy cristianas ellas, se pasaron todos esos sesenta minutos, muy “molestas” con la visita… “vaya momento…, no podría haber venido otro día…” Ya os podéis imaginar, los agobios. No lo entendáis mal, no es que ellas no fueran hospitalarias, todo lo contrario, su reacción era la de la extrañeza del imprevisto de la situación.
Sin embargo, al cabo del tiempo cumplido ya el asombro fue mayúsculo. Se abrió la puerta del despacho y mi tío anunció, que aquel forastero se quedaría a cenar. Reconozco que a mi tía, muy especialmente, al principio le costó aceptar la sorpresa, pero no le quedó más remedio.
Al rato, estábamos todos sentados a la mesa, incluido para nosotros “el ruso”, oyendo la bendición pronunciada por la vocecilla de mi querida abuela, dispuestos a dejar en los huesos a aquel humeante y sabroso pavo navideño.
¡Que gran lección nos dio mi tío! Aquel hombre iba a estar solo esa noche, casi sin saber el idioma y probablemente hubiera cenado en su habitación, sin más compañía que el servicio de habitaciones del hotel, que por muchas estrellas que tuviera, nunca iban a poder sustituido aquel ambiente familiar que vivió con nosotros.
Pero lo que más impresiona es que aquella valiosa experiencia, aquella enseñanza nos la impartió, alguien que se decía agnóstico.
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Mi tío, siempre dijo de sí mismo, que no había encontrado a Dios. Que no tenía fe. Sin embargo, siempre admiró a quienes si la tenían.
A pesar de su aparente agnosticismo, nunca dejó de buscar, leía una y otra vez la Biblia, incluso sabía algunos pasajes de memoria; me atrevería a decir, que conocía los Evangelios mejor que muchos creyentes que he conocido.
Una anécdota curiosa es que tenía una extensa colección de Biblias en varios idiomas, (aproximadamente unas 100), en cada viaje que hacía, y por su trabajo hacía muchos a lo largo del año, se traía un ejemplar del país que había visitado. Fue sin duda, un buscador ejemplar.
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Su agnosticismo, igual que su vida, fue sincero pero nunca agresivo, nunca excluyente; mantuvo siempre un respeto exquisito con todos.
Por eso, al final de su vida, cuando ya la diabetes se puso difícil y las hemodiálisis eran continuas, Por fin se hicieron realidad, aquellas palabras que tanto le gustaba repetir:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”; y Dios le premió, con la luz de la Esperanza.
Joaquín murió, hace ya algunos años, habiendo pedido un sacerdote que le confesó y le dio la Extremaunción. Dios le tenga en su gloria.
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Hoy, a raíz de los laicismos imperantes, me he querido acordar de él, para demostrar que el que persevera, alcanza y, con su recuerdo alabar la inmensa misericordia de Dios con todas sus criaturas.
Finalizando este comentario tan personal, a todos os ruego hoy, siquiera una breve oración por aquella alma, que a mi me hizo tanto bien. Gracias de antemano.
Hace unos años, conviví con una persona maravillosa. Tuve la suerte de conocer, admirar y querer a un hombre generoso y bueno como pocos. Fue sin duda, una suerte para mí que Dios lo cruzase en mi camino y eso ocurrió el glorioso día en que este ser excepcional, se casó con la hermana de mi madre y empezó a ser parte de mi familia.
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Mi querido tío Joaquín, que en gloria esté, fue como un padre para mi y en gran parte le debo mucho de cuanto soy ahora mismo. Gracias a él, aprendí a amar la música clásica y la lectura. Con él, tuve la oportunidad de viajar por media España, incluso en un par de ocasiones, fuera de ella. Me enseñó educación y cortesía. Me dio todo lo que me pudo dar, sin escatimarme tiempo, ni dedicación.
Ahora le recuerdo, con todo el cariño, intentando con mis oraciones devolverle el mucho amor que me dio en vida.
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Joaquín, fue un hombre integro en muchos aspectos, elegante y cultivado. Tenía dos carreras, sabía varios idiomas y tenía un cargo importante en una compañía de aviación americana, hoy ya desaparecida. Sin embargo, sus verdaderos valores, fueron su honestidad, su afán incansable en buscar el conocimiento y la verdad, y sobre todo su gran humanidad.
Cuántos ejemplos, podría yo dar de esto último. Ahora que se acerca la Navidad, uno muy concreto, se me vivifica especialmente cuando llegan estas fechas.
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Resulta que un 24 de diciembre, no recuerdo bien de que año, pero tendría yo unos 10 ó 11 años, con todo el ajetreo de la cena de Nochebuena, se presentó de improviso un compañero de trabajo de mi tío.
Este “intruso” era ucraniano, había llegado a Madrid, unas horas antes y venía a hablar con mi tío y a traerle unos papeles.
Se encerraron en el despacho y estuvieron aproximadamente una hora, hablando.
Recuerdo, no sin cierta sonrisa, el desconcierto de las mujeres de la casa. Mi madre y mis tías, muy cristianas ellas, se pasaron todos esos sesenta minutos, muy “molestas” con la visita… “vaya momento…, no podría haber venido otro día…” Ya os podéis imaginar, los agobios. No lo entendáis mal, no es que ellas no fueran hospitalarias, todo lo contrario, su reacción era la de la extrañeza del imprevisto de la situación.
Sin embargo, al cabo del tiempo cumplido ya el asombro fue mayúsculo. Se abrió la puerta del despacho y mi tío anunció, que aquel forastero se quedaría a cenar. Reconozco que a mi tía, muy especialmente, al principio le costó aceptar la sorpresa, pero no le quedó más remedio.
Al rato, estábamos todos sentados a la mesa, incluido para nosotros “el ruso”, oyendo la bendición pronunciada por la vocecilla de mi querida abuela, dispuestos a dejar en los huesos a aquel humeante y sabroso pavo navideño.
¡Que gran lección nos dio mi tío! Aquel hombre iba a estar solo esa noche, casi sin saber el idioma y probablemente hubiera cenado en su habitación, sin más compañía que el servicio de habitaciones del hotel, que por muchas estrellas que tuviera, nunca iban a poder sustituido aquel ambiente familiar que vivió con nosotros.
Pero lo que más impresiona es que aquella valiosa experiencia, aquella enseñanza nos la impartió, alguien que se decía agnóstico.
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Mi tío, siempre dijo de sí mismo, que no había encontrado a Dios. Que no tenía fe. Sin embargo, siempre admiró a quienes si la tenían.
A pesar de su aparente agnosticismo, nunca dejó de buscar, leía una y otra vez la Biblia, incluso sabía algunos pasajes de memoria; me atrevería a decir, que conocía los Evangelios mejor que muchos creyentes que he conocido.
Una anécdota curiosa es que tenía una extensa colección de Biblias en varios idiomas, (aproximadamente unas 100), en cada viaje que hacía, y por su trabajo hacía muchos a lo largo del año, se traía un ejemplar del país que había visitado. Fue sin duda, un buscador ejemplar.
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Su agnosticismo, igual que su vida, fue sincero pero nunca agresivo, nunca excluyente; mantuvo siempre un respeto exquisito con todos.
Por eso, al final de su vida, cuando ya la diabetes se puso difícil y las hemodiálisis eran continuas, Por fin se hicieron realidad, aquellas palabras que tanto le gustaba repetir:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”; y Dios le premió, con la luz de la Esperanza.
Joaquín murió, hace ya algunos años, habiendo pedido un sacerdote que le confesó y le dio la Extremaunción. Dios le tenga en su gloria.
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Hoy, a raíz de los laicismos imperantes, me he querido acordar de él, para demostrar que el que persevera, alcanza y, con su recuerdo alabar la inmensa misericordia de Dios con todas sus criaturas.
Finalizando este comentario tan personal, a todos os ruego hoy, siquiera una breve oración por aquella alma, que a mi me hizo tanto bien. Gracias de antemano.
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Acabo el post, con los títulos de crédito de una de mis películas preferidas, fechada en 1958, precisamente el año de mi nacimiento y que además lleva por título... "MON ONCLE" y fue dirigida e interpretada por el inolvidable Jacques Tati. Su agradable musiquilla inicial, me retrotrae en la memoria a aquellos años, en los que tuve la fortuna de convivir, con aquel tío mío, del cual guardo tan buenos recuerdos.
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7 comentarios:
Un gran relato de una buena persona, porque a pesar de no conocerla, lo que dices de él lo refleja a la perfección. Un fuerte abrazo.
Sinceramente me ha encantado el post. La historia de tu tío. Esa gente que sabe respetar a los que tienen fe. Fe en lo que sea, esto no se reduce sólo al tema religioso. En el fondo tu tío, y tanta gente como él, tienen Fe, si no no buscarían.
Qué historia más emocionante, Arcendo! Decía Edith Stein que quien busca la verdad encuentra a Cristo. Un abrazo.
Qué lindo tu tío, ya te había leído sobre él en alguna otra ocasión :)
Me ha emocionado a mí también esta historia, me hace pensar en mi padre, espero con toda mi alma que al final encuentre al Señor.
Gracias tesoro.
Abrazos¡¡
Me encanta cómo sabes transmitir tus vivencias, a tal punto que a todos los que te leemos se nos hacen cercanas las historias que son propias de tu vida. Confío plenamente en que Dios le ha premiado su búsqueda honesta y sincera de la verdad, pues, como dijo Santa Edith Stein Todo el que busca la verdad, encuentra a Dios.
Estoy segura de que, de haberle conocido, le hubiese admirado como tú, pues el retrato que haces de él es entrañable. Siempre he dicho que Dios nos pone en el camin personas que nos educan, animan, enseñan y quieren, veo que ese tío fue una de esas personas para ti.
Un beso y no dudes que rezaré una oración por él.
Querido Arcendo tu relato es muy entrañable y encierra una auténtica muestra de que Dios nunca niega la fe a quien la busca con sinceridad.Aunque piense que no la está buscando. Esa es la maravilla de nuestro padre Dios. Cuenta con mi oración por ese querido tío Joaquín que seguro está ya disfrutando de la verdadera paz. Para que la fe se pose en el alma, primero hay que ser muy humano, tan humano como tu tío.
Gracias, querido por contarnos esto y que todos podamos admirar a esa persona llena de valores y que no se conformaba con una búsqueda a medias.
la anécdota del "Ruso demuestra su manera de ser. Muy loable, pero con sinceridad, te digo que también comprendo
esa primera reacción de tu madre y tus tías, jajaja...
Mi viaje maravilloso, cuatro horas en el Talgo para leer y rezar a gusto. gracias por tus rezos.
Estoy muy feliz de verma aquí, aunque no podré escribir mucho,
pero algo si lo haré.
BESIÑOS desde lejos, pero siempre cerca
Gracias por compartir esta vivencia tan personal e íntima.
BENDICIONES
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