martes, 15 de abril de 2008

MAS ALLÁ DE LA SIMPLE CONTEMPLACIÓN

Cuando voy al Museo de El Prado, y voy bastante, aunque no todo lo que yo quisiera; dadas las muchas salas y las numerosas obras que hay, casi siempre llevo un itinerario marcado para estudiar y disfrutar con detenimiento de las obras de este o aquel artista.
Sin embargo, a parte de cumplir con el plan previsto, ocurre, que mis pasos, acaban dirigiéndose ante ciertas obras, que me atraen poderosamente. Me pasa siempre, y siempre son los mismos cuadros, es algo mágico, parece como si me llamaran, siempre termino embelesado allí delante de estos lienzos o tablas.
Estos, se cuentan con los dedos de una sola mano, son estos:
- La Anunciación de Fra Angelico.
- El Jardín de las delicias de El Bosco.
- El carro de heno, también de El Bosco.
- El Cardenal de Rafael de Sanzio
Y - El descendimiento de Roger van der Weyden.
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Es cierto que en el Museo hay otras excelentes e irrepetibles obras, por nombrar a otros que también me gustan, están los Dureros, el autorretrato, y los de Adán y Eva. Los soberbios Grecos, y por supuesto todo lo mucho y bueno, que hay de nuestros Velazquez y Goya; pero aún así, todavía me siguen hipnotizando más los antedichos. He pasado, me atrevo a confesar, horas ante ellos, descubriendo un nuevo detalle cada vez.
Hoy me gustaría compartir, aunque sea en la distancia, ese sentimiento, casi obsesivo con vosotros. Para ello, voy a escoger uno de ellos y lo voy a desmenuzar, elijamos por ejemplo, el último, “El descendimiento” de Van der Weyden.
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La obra pertenece a la escuela flamenca del siglo XV, y naturalmente la temática es puramente religiosa. Va der Weyden, es una de las figuras más destacadas de la pintura holandesa, y se puede decir que es el sucesor de los hermanos Van Eyck, también excelentes artistas.
Para entender un poco más esta obra, ahondemos un poco más en los distintos aspectos de la escuela pictórica de la época.
La pintura flamenca anterior a Weyden carecía de precedentes en gran formato, a excepción de las vidrieras. Pero sí en las miniaturas, sobre las cuales posee una larga tradición de excepcional calidad. Esto determinó algunas características del arte flamenco, como el empleo de colores brillantes, que recuerdan a los pigmentos usados para la iluminación de aquellas miniaturas.
A lo largo del tiempo, el perfeccionamiento de la técnica de la pintura al óleo, mediante la utilización de aceite de linaza como aglutinante, y la introducción de barnices y disolventes que aceleran el secado, van a permitir una minuciosidad que antes era imposible, así como el empleo de las veladuras y transparencias, con las que consiguen una mayor brillantez de colorido con mejores matices y texturas.
Otro de los aspectos destacados de esta escuela y por tanto también del cuadro que hablamos es que los personajes se distribuyen equilibradamente, bien en el centro si es uno sólo, bien simétricamente si son varios. Después abordaremos otras cuestiones más esótericas sobre las curiosas dimensiones, de este cuadro en particular.
Por otro lado, las acciones son muy comedidas y apenas se deja lugar al movimiento.
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Pero, entremos ya de lleno en “el descendimiento”. De su ficha técnica podríamos decir que se trata de la tabla central de un tríptico. La técnica utilizada es la pintura al temple, y el soporte sobre el que se realiza es la madera; sus proporciones son 220 por 262 centímetros.
Una vez hecha esta breve referencia, pasemos en seguida con la temática del cuadro. Teóricamente la acción transcurre en el Calvario, cuando la ejecución de Cristo ya ha tenido lugar y sus discípulos se aprestan a bajarlo de la Cruz.
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Además de Cristo muerto, los principales personajes que solían aparecer en las representaciones que tienen como tema central el descendimiento de la Cruz son Nicodemo, José de Arimatea, Juan Evangelista, Maria Magdalena, la Virgen y Maria la de Cleofás. Sin embargo, una de las cosas más sorprendentes del cuadro es la colocación de las figuras. En un reducido espacio, cuyo fondo, un muro de color dorado que encierra la acción, lo que causa el efecto óptico de hacerlo todavía mas pequeño, Van der Weyden coloca nada menos que ¡diez figuras!, sin que se vea en la composición un gran agobio, y sin regir la ley de adaptación al marco, reinante en una etapa artística anterior.
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Por otra parte, en esta obra no encontramos nada de perspectiva, ya que todos los personajes aparecen en un primer plano, lo que nos ayuda a acercarnos y ser un invitado más en aquella hora. Esta falta de perspectiva es compensada por el autor con una gran corpulencia de las figuras representadas.
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El tratamiento de las figuras resulta tremendamente efectista y más allá de lo real, tanto por la expresión de sus sentimientos como por el tratamiento minucioso de sus vestidos.
El azul del manto de la virgen o los espectaculares bordados en oro de la capa de José de Arimatea, el grosor de las capas, los rostros de sufrimiento y dolor profundos, los turbantes, todo está tratado con sumo detalle y preciosismo. Esto es verdaderamente difícil porque el tamaño de las figuras es muy grande y, cuanto mayor tamaño, más dificultad en perfeccionar los detalles. Y éstos resultan espectaculares, como las lágrimas de algunos personajes, las uñas de las manos, los cabellos y las barbas con pelos individualizados, los nudos de la madera de la escalera y las texturas.
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Los protagonistas expresan una gama variadísima de reacciones que van desde la conciencia reflexiva y el dolor refrenado de José de Arimatea o San Juan, pasando por el gesto de solícita piedad de una de las santas mujeres y el llanto de la otra, hasta alcanzar el clímax en el desgarramiento de la Magdalena y el abandono de los sentidos en la Virgen pálida y desfallecida.
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Pasando a otro tema, como ya hemos adelantado, este cuadro esconde una serie de elementos simbólicos muy interesantes. Así, en el suelo, en la esquina inferior izquierda, encontramos una calavera y algunos restos de huesos. En la tradición iconográfica cristiana, esta calavera, así como los huesos, pertenecen a Adán, el primer hombre sobre la Tierra. Si por Adán caemos en el pecado, por Cristo nos redimimos de el. Se cree que debajo de la Cruz donde fue muerto Jesús estaba enterrado Adán. Las gotas de la Sangre de Cristo cayeron sobre su calavera y lo resucitaron a la vida eterna.

Además, esta obra también ha sido muy estudiada desde un punto de vista matemático: Esta obra es el ejemplo más importante del empleo del pentágono, figura considerada como perfecta porque en ella aparece de manera reiterada la sección áurea; pero eso ya es para meterse en otros campos, que ahora no tendrían lugar. (el que quiera saber más que pinche en el enlace).

Así y para terminar, hay que decir que Van der Weyden enuncia su propia lección al aislar, acentuándola, la expresión de lo patético y convertirla en la protagonista exclusiva de la representación. Su pintura queda así definida no en relación con el mundo sensible sino con un modo de sentir. Busca conmover y tiene por fin provocar la reflexión moral. ¡Y vaya si lo consigue!, al menos en mí. Es una obra impresionante, en el sentido más amplio de la palabra. ¿Comprendéis ahora mi arrobo ante esto?.
En un futuro indeterminado, os analizaré, a mi modo, otra de las obras maestras, que mencioné más arriba. Pero eso será ya otro día.

5 comentarios:

Militos dijo...

Es uno de los momentos de la Cruz que más me impresionó desde siempre en cualquier pintura. Sobre todo por la Virgen. Es como la consumación de la entrega total de los dos.
La descripción pictórica perfecta, para mirar más allá de las figuras terminadas. Nos van a venir muy bien estas clases, al menos a mí.

Fran dijo...

A mí también me pasa hay obras que gustan de manera que no me cansa volver a contemplarlas (igual con la música). Realmente esta es extraordinaria y que buen análisis nos ofreces. Estoy ya esperando el próximo.
Me llama aquí la atención que Jesús y María tienen una misma postura de brazos y piernas como uniéndose madre e hijo en las líneas oblicuas.

ARCENDO dijo...

Gracias por la visita a los dos.
Fran, te gustará Fresas Salvajes, no lo dudes. Y efectivamente las figuras de la Virgen y Jesús, tienen la misma postura, que a parte de hacer el cuadro más armónico, es un simbolismo más, como apunta acertadamente Militos, la consumación de la corredención de ambos.
María es la corredentora de la humanidad.
Bonito y emotivo mensaje.

Caballero ZP dijo...

Arcendo unas obras preciosas y no lo que hay por ahí que le llaman “arte”.
Saludos

Claudedeu dijo...

Quisiera conocer tu observación -lógicamente, estás invitado a entrar- en el último post de la República.

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