Esa manía actual por querer adaptar cada norma a nuestro antojo, incluso en lo referente a lo más sagrado, no es nada nuevo, viene de antiguo. Un ejemplo claro de esto, lo tenemos en la historia.
Se sabe, que el fogoso rey inglés Enrique VIII, se casó por primera vez, con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, por intereses políticos y para quitarse de un plumazo el problema “español”. Sea por lo que fuera, Catalina finalmente no satisfacía en plenitud los voraces deseos de Enrique; así pues, el Rey, provocó un cisma con el Papado, creando una Iglesia a su capricho y acorde a sus intereses, es decir aceptando el divorcio. Y menos mal que esto fue así, al menos para la vida de Catalina; como también se sabe, posteriormente Enrique casaría 5 veces más, ajusticiandolas , una a una, a 4 de sus esposas. Catalina se salvó gracias a la providencia y a que Enrique no quiso provocar más conflictos con la corona española.
Este hecho histórico de acomodo ante las normas que nos sujetan, bien pudiera haber sido la primera piedra de eso que hoy llamamos relativismo.
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Esto del relativismo tiene un alto atractivo para la masa, y eso se debe a que detrás de la teoría del falso respeto al prójimo y a su libertad, se esconde la querencia por la adopción de la vida-muelle como único fín. Una existencia fácil, cómoda, inútil y vegetal donde pensar por sí mismo, es casi un pecado social. Todo vale y todo es tan flexible que puede admitirse cualquier barbaridad, cualquier aberración para evitar quedar fuera del bloque; porque en esta nefasta teoría grupal, el individuo no es nadie, sino está pegado a ese pegote uniforme y amorfo que representa el pensamiento único. La persona ha muerto, viva la masa.
Con esa poderosa influencia que nos rodea, alimentada tanto por los mass media, como por los cientos de personas que nos cruzamos cada día, se hace muy complicado subsistir y cuando, más educar a nuestros hijos, que día a día, se enfrentan a instigaciones continuas para atraerles en esa telaraña alienante; tal y como apunta nuestro amigo Martín Almirón de Alter-Ego, en un acertado comentario.
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Bien es cierto, que aunque el ambiente no sea propicio, si queremos sobrevivir como personas y rescatar a este mundo zombie, debemos agarrarnos fuerte a nuestras convicciones, viviendo cada día, intensamente todas las dificultades que esta nos presente, no eludiendo ninguna, y tratando de cumplir cada día más y mejor (que diría Militos). El vivir así implica el máximo servicio al prójimo, aunque este ni nos comprenda e incluso ni nos tolere. Pero es lo que hay:
“Porque si vosotros amáis a los que os aman ¿Qué mérito tenéis? Hasta los malos aman a los que los aman. Y si hacéis el bien a los que os hacen bien, ¿Qué mérito tenéis?”.
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Hoy, para mantenerse a flote, se hace necesario navegar contracorriente, salir de la masa y recuperar a la persona; ese es el camino que Dios quiere. Dios no sabe de rebaños colectivos, porque Él nos conoce y nos llama uno a uno: “y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las llama por su nombre”, y yo añadiría y por su apellido.
Vivimos en comunidad y vivimos una necesaria ayuda en la comunión de los santos, pero somos personas individuales, cada una con su libre albedrío, que nos salvaremos uno a uno, con lo que cada uno haya hecho individualmente, por Dios y por los demás.
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¡Que nadie se engañe!, ni todo vale, ni el seguir el dictado del bloque es lo más idóneo para salvar a este mundo, y salvarse uno mismo, que al fín y al cabo es nuestra misión. Porque estamos hechos a su imagen y semejanza y tenemos que ser “alter Christus, Ipse Christus”.
Se sabe, que el fogoso rey inglés Enrique VIII, se casó por primera vez, con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, por intereses políticos y para quitarse de un plumazo el problema “español”. Sea por lo que fuera, Catalina finalmente no satisfacía en plenitud los voraces deseos de Enrique; así pues, el Rey, provocó un cisma con el Papado, creando una Iglesia a su capricho y acorde a sus intereses, es decir aceptando el divorcio. Y menos mal que esto fue así, al menos para la vida de Catalina; como también se sabe, posteriormente Enrique casaría 5 veces más, ajusticiandolas , una a una, a 4 de sus esposas. Catalina se salvó gracias a la providencia y a que Enrique no quiso provocar más conflictos con la corona española.
Este hecho histórico de acomodo ante las normas que nos sujetan, bien pudiera haber sido la primera piedra de eso que hoy llamamos relativismo.
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Esto del relativismo tiene un alto atractivo para la masa, y eso se debe a que detrás de la teoría del falso respeto al prójimo y a su libertad, se esconde la querencia por la adopción de la vida-muelle como único fín. Una existencia fácil, cómoda, inútil y vegetal donde pensar por sí mismo, es casi un pecado social. Todo vale y todo es tan flexible que puede admitirse cualquier barbaridad, cualquier aberración para evitar quedar fuera del bloque; porque en esta nefasta teoría grupal, el individuo no es nadie, sino está pegado a ese pegote uniforme y amorfo que representa el pensamiento único. La persona ha muerto, viva la masa.
Con esa poderosa influencia que nos rodea, alimentada tanto por los mass media, como por los cientos de personas que nos cruzamos cada día, se hace muy complicado subsistir y cuando, más educar a nuestros hijos, que día a día, se enfrentan a instigaciones continuas para atraerles en esa telaraña alienante; tal y como apunta nuestro amigo Martín Almirón de Alter-Ego, en un acertado comentario.
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Bien es cierto, que aunque el ambiente no sea propicio, si queremos sobrevivir como personas y rescatar a este mundo zombie, debemos agarrarnos fuerte a nuestras convicciones, viviendo cada día, intensamente todas las dificultades que esta nos presente, no eludiendo ninguna, y tratando de cumplir cada día más y mejor (que diría Militos). El vivir así implica el máximo servicio al prójimo, aunque este ni nos comprenda e incluso ni nos tolere. Pero es lo que hay:
“Porque si vosotros amáis a los que os aman ¿Qué mérito tenéis? Hasta los malos aman a los que los aman. Y si hacéis el bien a los que os hacen bien, ¿Qué mérito tenéis?”.
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Hoy, para mantenerse a flote, se hace necesario navegar contracorriente, salir de la masa y recuperar a la persona; ese es el camino que Dios quiere. Dios no sabe de rebaños colectivos, porque Él nos conoce y nos llama uno a uno: “y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las llama por su nombre”, y yo añadiría y por su apellido.
Vivimos en comunidad y vivimos una necesaria ayuda en la comunión de los santos, pero somos personas individuales, cada una con su libre albedrío, que nos salvaremos uno a uno, con lo que cada uno haya hecho individualmente, por Dios y por los demás.
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¡Que nadie se engañe!, ni todo vale, ni el seguir el dictado del bloque es lo más idóneo para salvar a este mundo, y salvarse uno mismo, que al fín y al cabo es nuestra misión. Porque estamos hechos a su imagen y semejanza y tenemos que ser “alter Christus, Ipse Christus”.
Este colectivismo relativista en el que pretenden sumergirnos, de humano y humanitario nada tiene y por tanto de cristiano tampoco; esto no es más que una loca huida del hombre a ninguna parte, para no aceptar responsabilidades, ni cumplir con su eterno destino más allá de las estrellas.
2 comentarios:
Hola Arcendo:
Está muy bien eso de abandonar la masa y ser individual e intrasferible.Sobre todo en defendernos del relativismo que es lo que nos rodea. Y si te fijas el relativismo no es más que otra consecuencia del egoismo: lo que yo creo, lo que yo quiero, lo que a mí me parece, lo que a mi me conviene... .Nada es absoluto, ni verdades ni normas.
Te voy a hacer un símil culinario con lo de la masa.
Para hacer unas rosquillas o empanadillas, primero hay que conseguir una buena masa, con buenos ingredientes y trabajarla bien, ni mucho, ni poco. Pero a la hora de crear los productos que vamos a cocinar y luego degustar, es necesario ir separándolos de la masa y trabajarlos individualmente, con delicadeza y con amor (la cocina sin amor es una esclavitud insoportable). Sólo en la individualidad, las rosquillas o las galletas o las empanadillas resultarán deliciosas.
¿Te imaginas lo que sería una inmensa empanadilla hecha con un kilo de masa?.
Pues los hombres con más motivo.
El tema que has tocado es una lacra de estos tiempos.
Saludo individual.
El relativismo es un mal que hay que erradicar. En resumen, y poniendo un ejemplo, el relativismo viene a ser un "yo te mato porque, desde mi respetable punto de vista, creo que está bien; nos quitas mucho oxígeno con cada inhalación".
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