DE SENTENCIAS Y RECURSOS.

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Esta semana, por fín, se consumaron los hechos, y la sentencia firme del Tribunal Supremo, sobre la polémica asignatura “Educación para la ciudadanía” se publicó como era de esperar, denegando el derecho de objeción a los miles de padres que antes lo habían solicitado.
Si bien es verdad que, la sentencia expresa textualmente la prohibición de imponer o inculcar, de ninguna manera, cuestiones morales, por parte de la Administración, colegios y profesores; me temo que no es suficiente.
De hecho una de las primeras medidas que se deberían haber tomado es la supresión inmediata o al menos la revisión concienzuda de los miles de textos que actualmente siguen circulando por las aulas, después de ese fallo judicial, que al menos cambia algo las cosas.
Eso no ha sido así, y al menos parece sospechoso y dá cuenta de la poca voluntad real de querer hacer cumplir la sentencia en todos sus términos; porque visto lo visto, muy pocos textos se salvan de ese afán de adoctrinamiento que el desgobierno dice no tener.
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Sin embargo, a pesar de lo que se diga, los padres no estamos cerrados a una buena educación, pero de una educación sobre todo en valores morales, que en definitiva, conllevan inexorablemente a la mejora de las relaciones interpersonales y encierran en sí, todos los valores cívicos que precisa cualquier persona para saber convivir.
El problema de fondo es que, con la asignatura "gubernamental", se está patinando sobre una capa de hielo de poco espesor. Tarde o temprano esta capa se estrellará y se romperá y el resultado será la congelación y muerte de las sociedades.
El asunto es que si queremos cimentar la sociedad sobre los "valores" que preconiza la EPC, si no hay principios morales y antropológicos firmes, la ruptura es sólo cuestión de tiempo.
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Afortunadamente para los objetores, sus derechos siguen siendo reconocidos, incluso después de la sentencia de TS, por otros muchos organismos judiciales y además todavía queda la apelación en tribunales internacionales; la lucha todavía no ha terminado. Pero entre tanto, y sin complejos, hay que seguir dando la cara. Porque defender nuestro ideal es una obligación y además un privilegio.
Tomemos un ejemplo:
Hace años, igual que ahora en España, cierto gobierno de inspiración masónica, decretó que todos los crucifijos fueran suprimidos de todas las escuelas de Francia. Sin embargo, el alcalde del pueblo de Savigny se rebeló contra esa disposición, siendo causa de su destitución inmediata.
La reacción del alcalde fue la de un hombre recto y sin dudas. El honrado alcalde publicó entonces la siguiente declaración: «La destitución de que he sido objeto es para mí el honor más grande de mi vida. Yo pondré en un marco el decreto, y ese diploma de honor enseñará a mis hijos que hay que obedecer a la propia conciencia antes que a las órdenes liberticidas de los ateos.».
Por eso, si tenemos las cosas claras, la firmeza en lo que creemos, no admite discusión, y si sufrimos por ello, mejor que mejor:
«Dichosos vosotros cuando los hombres os avergonzaren y persiguieren y os dirigieren toda clase de calumnias por mi causa. Alegraos y regocijaos, pues vuestra recompensa será grande en el cielo.» (Mat., V, 12.).
Como dijo Juan Pablo II, no tengamos miedo, no hay motivo.
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De todos modos afortunadamente, aún nos dejan, a los cristianos recursos administrativos y también educativos, para educarnos de otro modo. Hay otra alternativa: ¡APROVECHEMOSLA!.

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