martes, 30 de junio de 2009

CONFESIÓN, PRIMERA FUENTE DE PAZ.

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¡Cuánto tendremos que agradecer a Dios por este Papa!, Da siempre en el clavo. Precisamente, en esta desdichada era de confusión, el Papa, vuelve a poner el dedo en la llaga, señalando con este recién inaugurado “año sacerdotal”, los remedios para frenar la caída en barrena a la que vamos de cabeza.
Ya hace algún tiempo, el anterior Papa, nuestro querido Juan Pablo II, se había propuesto relanzar el sacramento del perdón de Dios en la Iglesia universal escribiendo la carta apostólica en forma de «Motu Proprio» (por su propia iniciativa) «
Misericordia Dei». Precisamente al presentar aquel documento a la prensa, el arzobispo Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para la Interpretación de los Textos Legislativos, afirmaba que la «crisis de la confesión es ante todo una crisis de confesores».
Evidentemente hoy, vivimos una situación de crisis que es particularmente fuerte en algunas iglesias locales. Por este motivo, aquella carta apostólica del anterior Papa tenía un significado particular, pues se trataba de una intervención directa del obispo de Roma en este tema particular; señalando la importancia del Sacramento e instando a sus hijos, empezando por todos los presbíteros de la Iglesia, a acoger este bendito regalo de Dios, con el debido respeto y cuidado; como lo fue, en otras épocas de la Historia.
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A años vista de aquello, con un nuevo Papa al frente de la Iglesia, la llamada es la misma. A pesar de que da la sensación de que las actuales corrientes secularizantes, traten de acallarlo, la Confesión y la Eucaristía son los dos pilares básicos de la fe católica. Por eso, Benedicto XVI, ha querido con este año sacerdotal, impulsar de nuevo, no solo las vocaciones sacerdotales, sino también la recta y correcta distribución de esas fuentes de gracia que son los Sacramentos.
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Desde hace ya unos días andaba rondándome el gusanillo de escribir sobre la Confesión, ¿Qué mejor ocasión que esta?
El sacramento de la confesión, penitencia, o reconciliación, como también se llama, es un signo inconfundible de la Iglesia católica, que no puede ser manipulado en función de ningún antojo personal.
Después del Concilio Vaticano II, hubo muchas confusiones que provocaron luego muchos errores de bulto. En nombre de un falso ecumenismo algunos siguieron el protestantismo, de manera que casi se canceló la confesión en beneficio de las «absoluciones colectivas» o «generales». Aquella carta apostólica del Santo Padre Juan Pablo II, explicaba claramente que equiparar las «absoluciones colectivas» a la forma ordinaria de la celebración del Sacramento de la Penitencia es un error doctrinal, un abuso disciplinar y un daño pastoral.
En aquella carta, también se subrayaba la importancia de la disponibilidad sacerdotal. Es inconcebible que el sacerdote no esté disponible o no tenga tiempo para confesar, pues la confesión, junto a la Eucaristía, es la tarea principal del sacerdote.
Dios mismo, dió poder a sus representantes, los sacerdotes, para darnos la absolución de nuestros pecados y los sacerdotes como dignos delegados, tienen el deber y el honor de cumplir con aquel mandato divino. Por eso, es tan importante, este año sacerdotal en el que se pone el énfasis, sobre todo, en cuidar el ministerio y en lograr que haya muchos sacerdotes santos.
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En cuanto a la tropa de a pié, es decir a cada uno de nosotros, también nos corresponde honrar al sacramento, acudiendo con frecuencia al mismo para ganar en gracia y aliviar nuestras culpas. Como cualquier otro Sacramento, no supone imposición alguna, porque el sacramento solo es válido cuando se acude a el, libremente.
Cuando entendemos esto y que en ese mismo instante, en el que el sacerdote nos da la absolución, desaparecen todos nuestros pesos, nuestros agobios, sin duda acudiríamos más a ese juicio excepcional en el que siempre saldremos absueltos.
Es tal el sentimiento de agradecimiento de paz y felicidad que el corazón se siente por fin liberado. Son muchos los frutos que derivan de una buena confesión, pero el primero sin duda, es ese.
Es más, después de la confesión, ese corazón que ha conocido el perdón, el amor y la compasión de Dios, a su vez, se vuelve más generoso y compasivo por los demás.
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Para finalizar quisiera también aclarar los recelos que puedan existir, aun en nuestros dias, referentes a este gran regalo de Dios.
Aunque ya lo hemos señalado, el principal escollo, comienza con una pregunta:
¿Dónde en la Biblia da Jesús el poder a los sacerdotes para perdonar pecados?
Demos algunas referencias. En Juan capítulo 20, versos 21-23, Jesús dice a sus apóstoles, "Como el Padre me ha enviado, así Yo los envío... reciban al Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengan, les serán retenidos." Jesús claramente esperaba que los sucesores de los discípulos continuaran su trabajo, de predicar, orar y perdonar nuestros pecados cuando estamos en verdad arrepentidos de ellos.
También en El Nuevo Testamento dice a los primeros cristianos, "Confiesen sus pecados el uno al otro, y oren unos por otros, y ésto les curar". (Santiago 5:16). Este consejo es tan importante hoy como lo era entonces.

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Así pues, lo digo con palabras del Padre Loring: “No vale confesarse solo con Dios, sin intermediarios.
No vale. Porque el modo de perdonar de Dios no lo eliges tú, lo elige Él. Y si Él ha dispuesto darte el perdón por la confesión, tienes que confesarte para que Dios te perdone. Y si yo pido a Dios perdón a mi aire, no vale. El modo no lo elijo yo, lo elige Él. Las condiciones las pone Él. Dios ha querido que nos confesemos por medio del sacerdote. Y además, si Dios lo ha hecho así es porque está bien hecho. ¿O es que nosotros vamos a enmendarle la plana a Dios? ¿Vamos a saber mejor que Dios cómo tiene que ser el perdón? Cuando Dios ha hecho la confesión con un hombre, es porque debe ser con un hombre.”

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De todas maneras, esto no debe darnos ningún reparo. Porque, los que confiesan, no confiesan sus pecados a un sacerdote en lugar de a Dios. Confesamos a un sacerdote que representa a Dios. La oración de absolución que el sacerdote dice mientras administra al Sacramento es, "Yo te absuelvo de tus pecados en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo." Es en el nombre de Dios que el sacerdote perdona, no en el propio.
Y lo hace de forma personal, auricular y SECRETA. Secreto que obliga gravemente al sacerdote.
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Volviendo finalmente, al principio; Benedicto XVI, también lo ha dejado claro, URGIENDO a los sacerdotes a ofrecer el Sacramento de la Confesión. El Santo Padre afirmó, que hay muchas personas en situaciones difíciles "que buscan el consuelo de Cristo. ¡Cuántos penitentes hallan en la confesión la paz y la alegría que buscaban desde hace tiempo!”
“¿Cómo no reconocer que también en nuestra época, marcada por tantos desafíos religiosos y sociales es importante volver a descubrir y a proponer este sacramento?”, dijo el Papa. (
Ver enlace)
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Nosotros lo que tenemos que tener claro, es que Dios, con este y con todos los demás sacramentos, nos lo da todo. Pero con este Sacramento nos dice especialmente:
Ahí tienes una vida. Ahí tienes una libertad. Usa bien de la libertad y te doy la gloria eterna. Pero… si usas mal de tu vida y de tu libertad, pídeme perdón, y yo te perdono y también te daré la gloria eterna.
¿Puede ser Dios más bueno? ¿Puede ponernos las cosas más fáciles? Nos da el plano exacto de la salvación y además si nos torcemos, también está ahí esperándonos con los brazos abiertos.
¿Vamos a decirle que no? ..Rompe tus cadenas, empieza hoy, ¡CONFIESA HOY!
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María, Reina de los Confesores y de la Paz, Ruega por nosotros.
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Y ahora para finalizar las palabras sabias de un SANTO, de un hombre de Dios.

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5 comentarios:

Guerrera de la LUZ dijo...

Pisar en esa Huella Santa...

Mañana vuelvo cariño.

Un abrazo enorme.

Militos dijo...

Qué gran regalo de Dios es la Confesión, individual y secreta. Y qué gran regalo tuyo este brillante post para que todos nos pongamos al día con este Sacramento.
Decía el santo de tu primer video que la confesión tenía que estar sujeta a las tre C:
Clara, Concisa y Concreta.

Gracias Arcendo, lástima que haya ya tantos de vacaciones.
Un beso también de tres C

Militos dijo...

Se me olvidaba comentarte que el Santo Cura de Ars, precisamente cuyo 150 aniversario de su muerte ha elegido el Papa/19/07/2009/ para dar comienzo al Año Sacerdotal, se hizo santo pasando horas y horas en el confesionario. Y también recordarás como Juan Pablo II tenía en Roma su horario diario de confesiones. Algo que seguro nuestro Benedicto XVI hace también para ejemplo de esos párrocos que decís no lo hacen. Yo no me puedo quejar pues mi parroquia está siempre bien surtida de confesores.

Un beso, hermanito

Militos dijo...

¡Qué gracia me hace lo de Motu Propio, me encanta. Es algo que utilizamos mucho en mi familia.
Un besiño

Guerrera de la LUZ dijo...

Qué bien explicado todo cielo. Yo era tan soberbia que al principio empecé a entrar al confesionario y decía: oiga que NO vengo a confesarme, vengo a charlar. Alguna vez llegué a sacar el reclinatorio para meter una silla. Qué paciencia han tenido conmigo Dios mío, sobre todo el Señor.

Ahora lo veo como lo más grande que tenemos. Que gozada poder empezar una y otra vez y cada día con más fuerza.

Muchos besos dearest.

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