SENCILLA COMPLEJIDAD

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Los que, esporádicamente me regaláis vuestra presencia en esta Hoja, sabéis de mi amor por el arte. Ahora bien, el arte en sí mismo NO me interesa en absoluto, si no trasciende. El arte debería ser una continua búsqueda de belleza que nos estremezca el alma.

Jorge Ángel Livraga, poeta y filósofo argentino decía algo con lo que yo estoy absolutamente de acuerdo: “Arte, verdadero arte, es aquella belleza, armonía pura, que ilumina y eleva, haciendo vibrar lo mejor de nosotros.”

Sin embargo, al margen de estas consideraciones y de que el arte no es solo pura artesanía; de vez en cuando surgen ocasiones, con las que además de lo dicho anteriormente, es imposible no admirar la destreza y minuciosidad de ciertas obras artísticas. Es el caso de la obra que, por su curiosidad traigo hoy aquí.

Claude Mellan, fue un artista francés que nació en 1598 en los umbrales del siglo XVII. Su oficio era el de pintor, sin embargo donde destacó principalmente fue en su primorosa maestría en el grabado. En este punto habrá que recordar que el grabado requiere una labor mucho más ardua que el dibujo o la pintura. En el grabado, el artista debe concebir la imagen como si fuera un negativo fotográfico y además tiene que abrir canales en una superficie dura para que la tinta penetre, controlando trazos y matices.

Pocos fueron maestros en esta técnica. De los contemporáneos de Mellan podemos destacar al extraordinario Alberto Durero y mucho más reciente, ya en el XIX, al no menos fantástico Gustavo Doré.

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Posiblemente Mellan no fue ni peor, ni mejor que sus coetáneos, pero si hay que destacar de él, algo distinto, que lo hace único. En sus trabajos usaba líneas paralelas en las que modificaba ligeramente el grosor. Este procedimiento era diferente al convencional, en el que se cruzaban líneas de igual grosor para crear la imagen.

La imagen que hoy traigo y que encabeza la entrada de mi post se titula “El sudario de Santa Verónica”, fue realizado en 1649 y lo curioso de este grabado es que está realizado a partir de una única línea. Una espiral continua que nace de la punta de la nariz y da vueltas y vueltas hasta crear la imagen de Cristo.

Creo que, en la historia del arte, pocas obras o quizás ninguna, sean como esta; que aúna la sencillez de una sola línea, con la complejidad de un retrato tan detallado como este.

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