GESTOS.. (a veces) NECESARIOS.

Muchas veces..., nos sentimos algo defraudados, cuando esperamos algo y no lo obtenemos; somos humanos y la frustración es algo que se da con cierta frecuencia. Ese desengaño es tanto mayor cuando viene de alguien a quien queremos, o de alguien que por su vocación -posiblemente- le invita a ser más delicado. En definitiva... nos daña más, cuando viene por parte de alguien de quien no esperábamos ese comportamiento.

En realidad, aunque si creo que son cosas importantes, sobretodo para el que las sufre, creo que hay que darles tan solo la preocupación debida..., quizás no tan excesiva como nuestra cabecita -tan propensa a dar vueltas a todo- le dedica. ¡Las cosas en su justa medida!

La anécdota no deja de ser anécdota, pasajera por tanto, aunque sí, repetitiva. Os contaré:

Conozco a alguien, en quien confío plenamente. Sé que es una persona dedicada al cien por mil a sus múltiples trabajos. Sé también que sus intenciones siempre procuran ser rectas. Sé de las muchas atenciones y celo que tiene en su trato con DIOS.¡No me cabe duda de nada de eso...!, ¡Ninguna!; Pero....:

Alguna vez, me he despedido de esta persona, sin percibir un gesto, sin una sonrisa, sin un oportuno adiós por su parte; mientras que, el encuentro y toda la conversación anterior, había sido cordial, amena..., cariñosa...

Sin embargo, casi siempre, llegada la charla a término...., es como si se cambiara el chip, como si se pasara página y se olvidara la anterior. Unas veces porque ha entrado alguien distinto en la sala y hay que dedicarle ahora ese tiempo; otras porque alguien ha puesto un mensaje en el watsup y hay que contestar.., el caso es que, la despedida ha quedado rota, no se produce, hay un incómodo silencio en el que uno tiene la triste sensación de que ya ha pasado su tiempo, de que molesta; de que se tiene que ir rápido y sin hacer ruido para no importunar demasiado...

¡Delicadeza en las formas..., cuán necesaria es para no herir!.

A unos, -a los que no conozcan al personaje- les podrá resultar chocante que un segundo encuentro pueda llegar a producirse. Otros, los que afortunadamente sabemos bien, de las muchas virtudes de la persona..., simplemente asumimos esa fría despedida, no sin cierta penita, por el jarrito de agua gélida en plena estación otoñal.

La delicadeza quizás sea uno de los valores menores, pero por ser de los últimos valores no significa que sea menos importante. Me gustaría y es una apreciación personal que la delicadeza en el trato fuera unida a cualquier relación personal.

Delicadeza no es empalago, ni blandura excesiva..., es atención. La delicadeza, como el amor, está en los detalles: en saber escuchar, en agradecer, en la sonrisa, en el gesto.., e incluso en mantener esa actitud afable hasta en la despedida, aunque el interlocutor sea el tipo más cargante del mundo.

Claro que, cada uno es distinto y siente de forma diferente. Naturalmente, que cada persona tiene una afectividad distinta, que hay que respetar; pero precisamente por eso, deberíamos AFINAR más, en nuestro trato con el prójimo. ¿Qué sería de la caridad sin la paciencia, la generosidad, la mansedumbre...?

San Pablo tiene la palabra: “La caridad es paciente, es servicial... no se irrita, no piensa mal... todo lo sufre, todo lo soporta...”

De todos modos..., no es cuestión de críticas personales. No debemos juzgar ningún comportamiento, ningún mal gesto porque en algún momento nos haya despechado. ¿Cuántas veces habremos obrado nosotros mismos, erróneamente con los demás?, ¿Cuántas indelicadezas hemos tenido nosotros con DIOS, a lo largo de nuestra vida?

No podemos hablar, no podemos buscar gavillas en los ojos de los demás cuando los nuestros están llenos de vigas enormes.

Lo cierto es que la delicadeza está también en la lucha por superar todos los estados de ánimo, evitando subidas y bajadas bruscas, minimizando los enfados que nos producen las cosas que esperábamos y no tenemos, y también disculpando todos esos pequeños desencantillos. Habrá que aprender a pasar por alto los roces normales de la convivencia..., y aceptar a los demás como son, tratando de mejorar -primero- nosotros.
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