El otro día un buen comentarista
de esta HOJA me apuntaba que mi lucha contra mi enfermedad, le recordaba al
sacrificio que Abraham tuvo que hacer a DIOS con su hijo.
Ciertamente me sorprendió tal
afirmación porque coincidentemente es algo en lo que yo también pienso,
bastante a menudo.
Me identifico con aquel pasaje,
sin embargo lo más curioso de todo es que confluyen en mi persona los dos
papeles, el de Abraham y el de Isaac, ejecutor y víctima.
Sin embargo, he de reconocer que
en estos momentos me veo más como el Patriarca, subiendo una árida cuesta, a
veces con la angustia en el cuerpo, sabiendo que lo que me toca hacer, que lo
que DIOS me pide, me duele, no me gusta... nada.
Pero sobretodo me preocupa la
incertidumbre, el no saber, si DIOS en un momento determinado mandará algún
ángel (acontecimiento) que pare al cuchillo (bisturí) que se cierne sobre mí.
Realmente es una situación dura.
Esta claro que las enseñanzas
bíblicas tienen siempre una solución en DIOS. El que confía, perseverando hasta
el momento final, nunca sale defraudado. Sea cual sea el resultado siempre es
positivo, porque DIOS PADRE siempre está detrás.
De todos modos, hay también otro
hecho bíblico que también recientemente me ronda, con frecuencia. Ahora me siento muy ligado a la
peripecia de aquellos dos de Emaús. El relato de lo que les ocurrió, siempre me
gustó pero ahora es como si lo viviera más en primera persona.
A veces, mi poca fe, me hace
sentir como esos dos discípulos en franca huida de Jerusalem. Tristones, con la
sensación de que todo terminó, de que todo es pasado, de que no hay vuelta
atrás, de fracaso. ¡Las cosas no han podido ir peor!, me digo.
Es entonces cuando el camino se
hace más insoportable, más agotador. Y uno se cansa y la noche, lo oscuro, parece
echarse encima. Y entonces.... nos da miedo seguir.
Miedo de la oscuridad, de lo
desconocido, de lo que aún nos queda por andar.
El ir solo, por libre, tiene
excesivos riesgos, (sobretodo el de una angustiosa sensación desesperada de que
nada tiene solución), por eso el Señor que nos quiere, ¡Siempre nos sale al
encuentro! Parece que nos está esperando y al primer paso aprovecha para
colocarse a nuestro lado. Como un compañero más en la marcha.
Y nos acompaña... sin ruido, sin
alardes, sin estridencias. Y lo primero que hace es preguntar, interesarse por
nosotros: siempre espera que cada uno le cuente sus tristezas, sus miedos, sus problemas.
Y casi sin querer, surge el diálogo que nos transforma. ¡DIOS es un gran
conversador!
A aquellos dos del camino de
Emaús, les ocurrió algo así. Ellos vacían su corazón y su angustia con ÉL. Al
principio no entendían nada. No comprenden por qué las cosas no salen como
ellos esperan. Son los “planes” que ellos tenían. Los hombres siempre tenemos
“nuestros planes”. Y tardamos, en entender que los “planes” de Dios,
frecuentemente, son otros y siempre son mejores que los nuestros.
Pero el Señor, nos ofrece su Palabra y con ella llegan todas las soluciones. El
truco está en aprender a escucharle, para luego acabar reconociéndole.
Así
debería ser nuestra experiencia con DIOS, a la luz de la Biblia.
En
aquel primer relato de Abraham que comentábamos al principio, DIOS PADRE no se
hace notar hasta el extremo.
Aquí
en este otro del Nuevo Testamento, Jesús aparece cuando aparentemente YA ha
pasado todo y nada tiene solución.
La
observación de ambos casos nos enseña que, aunque todo parezca un fracaso, una
derrota, aunque todo parezca perdido, DIOS tiene SIEMPRE la última palabra.
Las
enseñanzas de estos dos pasajes y de todo el Libro Santo en general, son
principalmente de confianza y de escucha. Una escucha atenta y activa que
comienza por un diálogo íntimo y personal con ÉL, donde le contaremos lo que
nos está pasando, aunque Él lo sepa y luego escucharemos SU PALABRA, y la intentaremos poner en
práctica.
A
pesar de las tentaciones que me hacen pasar algún mal rato, os puedo decir que
su presencia es transformadora. Si le rogamos, como hicieron los de Emaús, que
se quede con nosotros cuando anochece en nuestra vida, nuestro corazón acabará
ardiendo de AMOR por su presencia. A su lado nada temeremos, la muerte es la
gran derrotada. La gran conclusión, es... que no hay conclusión:
¡Mi
Señor Jesús.., ¡ha resucitado!
* *
* * *
7 comentarios:
Querido hermano: no acabo de entender tu post ¿Cómo que no hay conclusión? tiene que haberla, no me dejes con esta duda. En estos momentos me quedo como los de Emaus y nuestro padre en la fe.
BESIÑOS HERMANO DEL ALMA.
Me recuerdas a una situacion parecida que vivió mi madre cuando mi hermana con 23 años le diagnosticaron un cancer , un Hodking ( no se si se escribe asi) y mi madre le decia al Señor:" Tu me la diste y si quieres te la doy de nuevo...tuya es.....pero mandame un angel, quieres?"...y aunque estaba en 4 fase...no le quitaron el bazo, que suelen hacerlo en esos casos..y salió curada...vaya si le mandó el angel!! El, como siempre siempre manda sus angeles....Animo El está Vivo y a nuestro lado.....Se avliente eh? El te Ama tantisimo.....
Quisiera tener la fe de Gosspi.
Señor auméntame la fe!!
Gracias gosspi.
BESIÑOS ARCENDO
¡Mi Señor Jesús.., ¡ha resucitado!
Ya lo explicaste todo, ríndete a sus planes y no tengas miedo, es nuestro Padre, nada te va a faltar...
Mahler, la 5ª de Mahler, muchas gracias.
Un abrazo muy fuerte.
Querida Mili, Rosa ya contestó a tu pregunta.
Agradecido a TOD@S.
Efectivamente no hay conclusión=final, la vida eterna no tiene fin.
Nuestras almas de cada humano, siempre nace para la eternidad.
Y la unica respuesta es confiar en Nuestro Buen Dios.
Muchos saludos Arcendo
Dios te bendiga
Cuánto nos está enseñando el Señor a través de tí Arcen.
Aire fresco, agua fresca...VERDAD, yo veo la huella del Espíritu Santo en tus palabras.
Si tienes al Espíritu Santo, lo tienes todo.
Te veo bien, muy bien.
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